martes, 27 de enero de 2009

Oferton de inteligencia.

El peor defecto que puede tener una persona imbécil es no asumirse como tal, ya que el primer paso para resolver un problema es reconocerlo.
Es sabido, nadie es perfecto. Por ejemplo, yo asumo con humildad mi dificultad y lentitud para las matemáticas, conscientizado acaso por la cascada de aplazos en mi etapa de educación básica o porque todos mis compañeritos ya volvían del recreo cuando yo aún iba por la primer cuenta.

Pero a veces esto no es tan lógico, tan sencillo ni tan claro. En estos casos, suponemos que la resignación viene por el lado de que el contacto con la realidad y la parcialidad en cuanto a la comparación con los pares, otorga una verdad infalible acerca de las falencias implicadas. La gente imbécil, por otro lado, la tiene más difícil:

1) Primero porque por falta de observación y comparación, no reconocen sus límites.
2) Segundo, porque por consideración, respeto o miedo a herir susceptibilidades, nadie le dice a otra persona “oíme, la verdad es que sos un imbécil”.
3) Tercero, el tema a tratar en el presente artículo: las mil y un maneras de adquirir accesorios que brindan, aunque sea fugazmente, la sensación de sentirse inteligente, culto, instruido, educado.

Son varios los accesorios cerebrales disponibles en el mercado, aunque se tratarán aquí los más comunes.
A saber:

1) Hacer crucigramas, sopas de letras, autodefinidos : Estas aparentemente inocentes, económicas y sencillas publicaciones encriptan en sí un engaño agudo y efectivo. Por una módica suma la persona imbécil puede sentir la ilusión de la genialidad, el sabor del triunfo, el bienestar de realizarse…todo ello, claro, luego de resolver un “cruzado” en donde la mitad de las incógnitas corresponde a nombres o apellidos de gente famosa. El juego se completa con sinónimos, capitales de países y notas musicales, seguramente aprendido en ejercicios anteriores pero jamás obtenidos fuentes como un libro de historia o un concierto para piano.

2) Escuchar Pink Floyd: La gente que no entiende nada de música adora poner el DVD de The Wall, cuando todo el mundo en una fiesta ya está pasado de tragos y cantando Fabi Cantilo en el balcón. Entonces, con actitud de director de orquesta y cara de eruditos, cierran los ojos, se tiran en un almohadón y hacen como si tocaran con las manos mientras te dicen “mirá, escuchá esta parte, David Gilmour es un pulpo, no se puede creer lo que toca este tipo ” cuando el guitarrista nada más estira alguna que otra nota. La peor parte de esta rutina es cuando intentan sentirse identificados con las letras, actividad realmente imposible por que todas carecen de sentido.

3) Leer Cortázar : Todos leímos Cortazar alguna vez. Todos vivimos nuestro momento de fanatismo cuando descubrimos sus cuentos, sus recursos literarios, sus personajes comiendo papas fritas o fumando Gualoises. Pero asumamos que es una lectura fácil, que no implica mayores esfuerzos que -a lo sumo- no perderse en el laberinto de palabras que alguno de sus textos nos brindan. Algunos imbéciles, en cambio, descubren Rayuela a una edad tardía e, inflados como un pollo contemporáneo del orgullo, lo llevan en el colectivo, a las salas de esperas, recuerdan la escena de Talita y el tablón si estamos preparando mate, hablan de Horacio como si fuera un amigo suyo y están (como quien se entusiasma con el dos por uno de Farmacity) EMBELESADOS porque el libro en realidad, es otro más.

4) Mirar películas de Woody Allen: Si bien las películas de Woody Allen es un cineasta original y sus películas clasifican principalmente para un grupo selecto de la sociedad, también hay que sincerarse y saber que cualquier persona puede entender una película suya. Algunos imbéciles consideran que poner en el cine una obra de este autor es bastardear el sacro producto de su gracia con el popularismo. Están convencidos de que Woody Allen, mientras les guiña el ojo desde la tapa de la caja del DVD, les susurra al odio: “miren el minuto 45:36, esa es nuestra”. Si uno se acerca cuando algún fan está viendo alguna de estas películas y le pregunta qué está mirando, siempre responderán: “ufff….es muy complicado, después con tiempo te explico bien”

5) Hablar de la Naranja Mecánica: La trama del film consiste en las aventuras de un joven cuyos principales intereses son la violación, la ultra-violencia, y Beethoven. Más tarde Alex, el actor principal, tras someterse a un tratamiento capaz de eliminar sus instintos violentos pasara a ser un ciudadano más de la comunidad. Esta es la historia, no hay nada más que esto. Asi que yo no sé por qué se insiste en hablar de la película como si fuese algo que te marca para siempre. Cuando esto ocurre, la gente suele bajar la voz y mirar a su alrededor, susurrar, etc. Como si se refirieran de los delitos que ellos mismos cometieron. Al mismo tiempo, consideran que analizarla es tarea de gente muy capaz, y que el simple hecho de verla devela tu paladar cultural. Si bien es una película llevadera, a mi entender, no difiere tanto de otras como “Nico” de Steven Segal o “Rambo”.

6) Ir al Malba: La gente imbécil va al Malba a ver pintorescos fotógrafos que son un espanto pero que están de moda y se pierden muestras como las de Xul Solar o Emilio Petorutti porque esas no figuraban en la Wipe. También son pasibles de concurrir asiduamente al cine de los jueves, aunque la película en cuestión sea mala, del año ´40 y la proyección constituya una apenas disimulada excusa para promover una campaña política. Sea cual sea el evento, adoran ir ulteriormente a un bar a hablar de lo que no saben, para lo que tienen que valerse de palabras como “flasheó”, “súper” y “adoré”.

La persona inteligente es merecedora de respeto y tiene ciertos privilegios de los cuales constantemente hace uso. No es que esté mal, simplemente es un aprovechamiento sano de sus capacidades mentales, las cuales en varios casos talló a base de esfuerzos enormes. En cambio, es de notar que varias personas imbéciles intentan estirar su cuello para retozar su cabeza en las nubes en las cuales descansan las mentes geniales, por el ínfimo pago de un acérrimo peaje.

Es de vital importancia reconocer estas actitudes y justiciarlas públicamente, ya que no es infrecuente que se presenten maquilladas, ocultas quizá bajo la palabra “Hobbie”. Estas artimañas del demonio engendran en sí un solo objetivo: proporcionar, como aquel reportero ignoto que se cuela en la gala de los premios Oscar, acceso libre a camuflados a un rango atinadamente restringido.

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